El diagnóstico es algo común en todas las escuelas de medicina, incluidas las de medicina natural. El problema del diagnóstico es que no es una técnica, es un arte. Como hace más de 50 años que vamos muy escasos de artistas que sepan hacer un diagnóstico, el arte de diagnosticar ha tenido que ser devaluado hasta llegar a ser una cadena de montaje de un proceso industrial para fabricar enfermos.
Paradójicamente, la gente está convencida de que cuanto más caro sea un producto es mejor. Cree a pies juntillas que una máquina que vale varios millones hará un diagnóstico certero, exacto, detallado y con precisión milimétrica. Desgraciadamente, todo eso es falso. La Capilla Sixtina no la podría pintar una máquina. El Requiem de Mozart tampoco lo hubiera podido componer una máquina.
Con la técnica se pueden hacer fotocopias de cuadros famosos, pero no crear obras de arte nuevas. Y cada diagnóstico es una obra de arte única e irrepetible. Ya lo decía Hipócrates, el que sólo sabe medicina, ni medicina sabe. Alguien que tenga que hacer un diagnóstico debe tener en cuenta decenas de cosas: los síntomas; con qué nivel funciona cada uno de los órganos del enfermo; si tiene una microbiota rica, o pobre y arrasada; qué tipo de alimentación hace el enfermo; que suplementos o probióticos toma; si sufre estreñimiento o diarrea; qué pH tiene su orina; su presión arterial; sus niveles de glucosa; si duerme bien por las noches; si tiene problemas familiares o laborales; si sufre ansiedad, estrés o se agobia con facilidad; hay que saber todas las drogas que toma, tanto legales como ilegales; si lleva o ha llevado amalgamas de mercurio; si hace deporte; si vive feliz o amargado; si tiene rencor, deseos de venganza, envidia, avaricia, es iracundo o tiene cualquier otro defecto infantil; si es religioso, creyente, ateo, fanático o pasota; si dice la verdad o miente como un bellaco, etc., etc. Sigue leyendo
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